Hoy en día, la palabra “doctrina” a menudo se ve como algo negativo. “La doctrina divide”, es la objeción de una generación indoctrinada con el pensamiento postmoderno con su relatividad epistomológica y moral. Aunque la división carnal ocasionada por una falta de misericordia y prudencia entre cristianos es lamentable, el no tener definición doctrinal puede ser un error espiritualmente fatal. La Escritura nos manda a aprender, conocer, retener, predicar y defender la sana doctrina (2 Tes. 2:15; 1 Tim. 4:6, 4:16, 6:3-4; 2 Tim. 4:2-3; Tito 2:1), refutar a los que la contradicen (1 Tim. 1:3; Tito 1:9) y romper comunión con los que niegan o adulteran las doctrinas principales de la fe (2 Jn. 1:9-11).
Claridad y profundidad doctrinal es esencial para el discernimiento y crecimiento espiritual del creyente (Heb. 5:12-14). La falta del amor por la definición teológica en el cristianismo contemporáneo es el producto de conformidad a las filosofías del mundo y es indicativa de una falta de amor por la Palabra de Dios en la que se contiene tal teología. Y no es suficiente el solo decir que “creemos en la Biblia”; lo mismo es lo dicho por los Pentecostales Unicitarios, Testigos de Jehová, Mórmones, y todas las sectas.
Es imperativo que la iglesia de Dios sea fundamentada sobre una base doctrinal firme. Declaraciones de creencias que contienen una explicación sistemática de la doctrina tienen una base bíblica y una historia larga de utilización en la iglesia. Cuando el apóstol Pablo dice que iglesia del Dios viviente es “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15), luego cita las palabras de algún tipo de credo oral que se confesaba o cantaba congregacionalmente en la iglesia primitiva (1 Tim. 3:16). Las confesiones de fe (“credos”) empezaron a desarrollarse en el primer siglo bajo los apóstoles, siendo útiles para la instrucción de creyentes y necesarias para definir la fe cristiana a fin de defenderla de la herejía. Por estas razones, entre otras, hemos adoptado una confesión histórica como una declaración de nuestras convicciones aferrándonos a la Confesión de Fe Bautista de 1689. Sola la Escritura es la Palabra infalible de Dios, y es la autoridad final de todas las cosas. Una declaración doctrinal es basura si no refleja fielmente la Palabra de Dios en conformidad al sano exégesis del texto bíblico.
La autoridad de las Escrituras es un elemento central para la Iglesia Cristiana tanto en esta época como en toda otra. ...
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